¿DISTRIBUIR PARA CRECER O CRECER PARA DISTRIBUIR?
Las últimas semanas se reinstauró una discusión tradicional del pensamiento económico: la relación entre distribución y crecimiento. ¿Debe crecerse y a partir de ahí promover una distribución del ingreso más equitativa? ¿Debe repartirse lo que hay sin prestarle atención al nivel de producción? ¿El efecto distributivo puede ser un impulso para el crecimiento? En este informe buscamos repasar los principales argumentos de las distintas visiones incorporando un factor que suele estar ausente en el debate: la restricción social y política que se deriva de tres años de caída en la actividad económica, caída de los ingresos y deterioro en los niveles de vida de las amplias mayorías populares de la argentina. Sectores que son, a su vez, los que confiaron en el Frente de Todos para revertir ese proceso.
Distribuir para ganar elecciones y crecer
Distintas voces - algunas con responsabilidades de gestión o representación y otras con trayectoria en la academia - se manifestaron los últimos días en torno a la disyuntiva entre crecimiento y distribución. Busquemos plantear primero las discusiones en relación a los motores del crecimiento.
Por un lado está la línea ortodoxa ofertista. La conocemos con este nombre porque hace énfasis en el rol del ahorro como motor del crecimiento. La lógica indicaría que un mayor nivel de ganancias permite un mayor ahorro y, según la lógica ortodoxa, de inversión que se traduce en mayor cantidad de puestos de trabajo. Por consiguiente, la desigualdad inicial va disminuyendo a medida que los mayores ahorros inducen un ciclo de acumulación que acrecienta la fuerza de trabajo, con una posición más fortalecida para conseguir mejores remuneraciones porque el desempleo es bajo y los empresarios tienen que empezar a competir más intensamente por la mano de obra. [...]
La alternativa heterodoxa ve a la actividad económica tirada por la demanda. Esto parte del principio de la demanda efectiva - desarrollado por pensadores como Keynes y Kalecki - que se distingue por entender que en las economías monetarias, los gastos anteceden a los ingresos y los generan. Esto aplica tanto al consumo popular como al gasto realizado como demanda de inversiones (es decir, los gastos que amplían la capacidad productiva). Por el mismo principio, se entiende al ahorro (producción no consumida que no debe confundirse con el excedente monetario de una familia o empresa) como la consecuencia de la inversión (y no como su condición previa). Bajo esta óptica, las políticas de austeridad son un freno a la expansión de la actividad económica ya que el ingreso que no se gasta se escapa del proceso de producción y reproducción (consumo e inversión), achicando los multiplicadores de la economía. [...]
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